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Roma: eterna y controversial


Por: José Leonardo Rincón, S.J.*
“Todos los caminos conducen a Roma” y “El que tiene lengua a Roma va”, son frases que desde niños escuchamos decir a nuestros mayores, resultado indudable del influjo que esta ciudad ha tenido en occidente. Después del Congreso de Educación y de mis encuentros con Francisco, de lo que conversamos hace ocho días, me quedé una semana más para disfrutar a la así llamada “Ciudad Eterna”.

Visitar las cuatro Basílicas, los museos vaticanos, una decena de templos de los casi mil que tiene, los foros imperiales, el coliseo, la Roma antigua o los monumentos más recientes, es un espectáculo absolutamente sobrecogedor y prácticamente indescriptible. Uno se siente anonadado, impactado, queda mudo ante tanta belleza y esplendor, ante tanto derroche de arte, de arquitectura, de historia… De ¡cultura!

En Roma, ya en los tiempos de los Reyes, Emperadores o en la República, ya durante la Cristiandad papocesarista, no se escatimó un céntimo para hacer de esta ciudad, cuna de todo el hemisferio occidental, una auténtica joya de la humanidad. Primero los dioses y luego, desde la conversión de Constantino, el Dios de los cristianos, merecieron las mejores ofrendas, las obras de arte más esplendorosas, los edificios más majestuosos. Cada piedra, cada mármol, cada rincón romano es absolutamente sublime. “Obra de romanos” decimos con razón. Dos mil años de historia… se dice muy fácil, sólo hasta que uno lo experimenta, se entiende.

Roma es paradójica y controversial: como ciudad es fantástica, sublime, soberbia… pero también es la de Nerón, la de las catacumbas y del circo con fieras destrozando cristianos. Uno se admira de su fastuosidad y a veces se olvida que ríos de sangre corrieron por sus calles. Es inagotable para quien ama la historia y rastrea el pasado. Deambular por sus serpentinas calles empedradas resulta cuasi-poético. Cerca de Plaza España, por la calle Condoti, los más ricos del mundo salen con sus bolsas llenas de las tiendas de marcas prestigiosas. Una chaquetilla de mujer pudo costarles 17 mil euros (hagan la cuenta) pero para nada les afecta que en cada calle de la ciudad haya un emigrante o un mendigo.

El chiste también dice que “Roma es el depósito de la fe… Porque el que allá va allá la deja”, es de un realismo cruel pero innegable. Antes de ser reconocida y convertida en un Estado, la Iglesia, con el Papa a la cabeza, fue perseguida y masacrada. Es cosa del pasado. Millones de peregrinos y turistas la visitan cada año. Unos van movidos por la fe. Ir a Roma es para el cristiano como ir a La Meca para el musulmán o Jerusalén para el judío. Otros, la mayoría, van simplemente a pasear.

En el Vaticano vive uno de los nuestros, latinoamericano, argentino. Desde que salió por primera vez al balcón a saludar en calidad de nuevo Papa, sorprendió a todos: habla como Obispo de Roma, viste con sencillez, duerme en una alcoba común y corriente, le encanta la simplicidad, el “poverello” de Asís inspira su ministerio petrino. Creo no equivocarme si afirmo que tanta ampulosidad, tanta burocracia y tanta diplomacia le producen escozor. No ha olvidado la recomendación que le hiciera el cardenal que tenía al lado cuando lo eligieron: “No te olvides de los pobres!” La gente vibra con esta esperanzadora figura, el mundo reconoce en él un líder, la emoción es grande cuando se le tiene cerca pues irradia una energía sin igual… Pero…

Pero no todos lo sienten igual. Esta mañana el escándalo aquí en Italia ha sido el que un obispo ha quedado en evidencia al filtrarse una conversación en la que desea la muerte de Francisco, “como la del otro Papa” (en franca alusión a Juan Pablo I). No es el único. Los carreristas y cortesanos, esos que Francisco llamó “la corte y lepra del papado” por doquier hablan pestes, refunfuñan y maldicen. Les angustia que pueda haber reformas internas radicales y que tengan que volver a ser curas de parroquia. Temen dejar de ser príncipes, andar en lujosos autos y vivir en escandalosos apartamentos de 300 metros cuadrados.

Estando aquí en Roma he entendido mejor muchas cosas que me parecían antes in-creíbles. El Vaticano tiene un poder muy grande y desprenderse de esa tradición milenaria parece imposible. Eso de pasar de los primeros Papas, martirizados y perseguidos, a convertirse en religión imperial y protagonistas de una nueva época, pasando por ser los nuevos emperadores, hasta convertirse en un Estado con todas las de la ley, ayuda a comprender, que no justificar, el peso de la tradición y de la historia y lo difícil que debe resultarle a la Iglesia desapegarse de tanta pompa y tanto poder acumulado por años. Personalmente experimenté el tufillo de sentirse importante cuando por el solo hecho de llevar cuello romano (clergyman) la Guardia Suiza me presentó saludo formal. Imagínense uno, todos los días, en ese ambiente donde lo hacen sentir tan importante, tan necesario, tan poderoso… Por suerte, Francisco no se la creyó y no ha caído en tentación.

Así las cosas, no dejé mi fe en el depósito romano, pero sí he regresado muy interpelado y cuestionado. Sacerdotes y religiosos sobreabundan en Roma pero todos, cual funcionarios administrativos importantes, van muy circunspectos, ni se saludan al cruzarse en la calle o el autobús. Algunos vienen a estudiar aquí, seguramente anhelando ser obispos en el próximo futuro y adquieren ademanes reforzados y postizos. Francisco, como regalo de Navidad, les encaró los 15 pecados de la curia romana y eso no se lo perdonan. Es un antipapa mal hablado que no quiere a los curas y las monjas, son horas terribles para la Iglesia, dicen.

¿Qué días aciagos nos esperan? Veo que Francisco está solo en el Vaticano. No son muchos quienes le son realmente fieles y leales. Sus enemigos por todo el mundo saben que su papado es corto y quieren recuperar el poder perdido. Es la Iglesia medieval papo-cesarista que se resiste a dialogar con el mundo actual. Es la encarnación misma de la involución. Es el invierno que no quiere que llegue la primavera. Es el imperio ostentoso que se incomoda con los pobres malolientes. En Roma ha mandado el Papa y las prebendas milenarias no se pueden perder por un señor que vino del rincón del mundo a decirnos que teníamos que ser como Jesucristo: pobres y humildes. ¡Inaceptable! Rugen, cual nuevas fieras de circo.

*Filósofo, teólogo y educador, decano universitario y rector de colegios y lider gremial en escuela católica. Premio Simón Bolívar, Gran Maestro 2009.

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