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Los retos del nuevo gobierno de Iván Duque

¿Qué retos tiene por delante el nuevo presidente de Colombia, Iván Duque? El domingo 17 de junio al final de la jornada electoral de la segunda vuelta presidencial, el psicólogo, publicista y especialista en estudios políticos Carlos Andrés Naranjo Sierra, director de DIVÁN POLÍTICO, en compañía de Sergio Ignacio Soto, director regional de Fenalco, el periodista Felipe Aramburo y varios expertos en la materia, estuvieron analizando las perspectivas del nuevo gobierno a la luz de temas como la economía, la salud, las relaciones internacionales, los acuerdos de paz y, por supuesto, el poder y la psicología. A continuación un extracto del programa:

¿Votaré por Petro movido por el resentimiento?


Por: Diego Andrés Montoya Calle*
Me disculparán los amigos politólogos la pérdida de las formas, pero es que también podemos denunciar, criticar y sentir como ciudadanos del común.

“Es que ustedes los de izquierda son unos resentidos”, me dijo una amiga hace muy poco; apunté inmediatamente a decirle que quizá sería un “conformista” en Alemania o en Noruega donde los debates que se dan actualmente giran en torno a cómo repartir o distribuir su riqueza a los extranjeros que provienen de Oriente Próximo, es decir, dar de lo que sobra a desconocidos, cuando acá en Colombia aún no nos ponemos de acuerdo en cómo hacerlo con nuestros propios compatriotas, en razón de que todo está en manos de un puñado de ricos. Y es que hasta Uribe, Duque y Lleras serían de izquierda, resentidos y emputados, o “indiada andrajosa” -como se nos considera a veces- si como la mayoría de los colombianos les hubiera tocado vivir y andar la calle.

La conexión de Gustavo Petro con las necesidades del pueblo no es gratis, responde a un colombiano que culminó sus estudios con esfuerzo, un líder hecho a pulso, independiente. Sus años de lucha, el trabajo comunitario,  su aporte en la constituyente, las denuncias valientes en el Senado incluyendo la que hizo a los hermanos Moreno que militaban en su mismo partido, y su gestión como Alcalde entorpecida por los medios de comunicación y poderosos en Bogotá, le dotaron de conocimiento para saber qué necesita la gente de a pie. Eso lo muestra el multitudinario apoyo popular en la plaza pública en este país en el que se le perdona todo a todos: a corruptos, a violadores, a sicarios, a paramilitares… pero nunca hay perdón para un “izquierdoso resentido”.

En otra ocasión me dijo otra amiga que no le gustaba Petro por “la manera o forma de hablar”; pensé que Pastrana, Uribe y Santos ganaron el primero, por bonito; el segundo, por su hablado afectuoso y paternal, y el tercero ganó aunque no dominaba bien las artes liberales de la elocuencia; y sin embargo los tres y otros tantos de derecha nos tuvieron y nos tienen comiendo literal mierda.

Las razones para escoger un candidato deben radicar en sus propuestas. Me pregunto, ¿cuántos colombianos conocieron el programa de gobierno de cada candidato? (https://www.publimetro.co/co/noticias/2018/03/20/propuestas-candidatos-presidente-colombia-2018.html), ¿cuántos colombianos conocen las propuestas de Petro que claramente son las más ambiciosas y coherentes que candidato alguno se haya atrevido a proponer desde los tiempos de Gaitán?

Yo me atrevería a decir que lo nuestro no es resentimiento sino una actitud endurecida por la experiencia de resistir los embates del establecimiento y de los poderosos de este país, además de una actitud de orgullo por sacar a la izquierda de su largo letargo, pues ahora su movimiento apunta a lo que hace la izquierda aquí y en la lejana China: enarbolar las banderas de los menos favorecidos o “sumergidos” de las sociedades. Eso no es pedantería, ni arrogancia o resentimiento, sino una férrea convicción y una lucha decidida por la dignidad de la gente excluida históricamente del reparto justo de la riqueza nacional.

Y es que a mí, como a usted, no me gusta salir a la calle a respirar humo de carro con material particulado y altamente cancerígeno (http://www.elcolombiano.com/antioquia/particula-en-el-aire-del-aburra-es-53-4-cancerigena-YM6482111); nos da tristeza ver campesinos desposeídos y niños indígenas desprotegidos en las esquinas, y odiamos quedarnos tres o cuatro horas en una sala de urgencias; nos afectan los contratos mal pagos de tres y cuatro meses, sin recargos, sin horas extras y sin vacaciones remuneradas; y muchísimo menos nos agrada la perspectiva oscura de no poder pensionarnos; eso no gusta ni en Colombia ni en Alemania.

Lo cierto es que las élites políticas y económicas tradicionales nos han mentido convenciéndonos de  que las cosas son así porque es natural que sean así, pero la verdad todo esto pasa por decisiones políticas materializadas en leyes, acuerdos o decretos, impulsadas por esos hombres y mujeres que a la hora de ganar votos te dicen que están contigo.

Colombia es un país rico en todo. Cuando chico no comprendía qué era ser ricos, pues no percibía mi situación como la de un rico. Ahora sé que siempre hemos sido potencia por nuestra biodiversidad, multietnicidad y pluriculturalidad, con pleno derecho a ser ciudadanos de primer mundo, pero siempre ha sido un ideal postergado: lo que ha ocurrido es que no ha habido una ética del bienestar para todos y nuestros gobernantes siempre han eludido su responsabilidad de servidores públicos; el segmento de población sumergida es vergonzante por negligencia del estado de brindar protección social, y el líder de cada época que conoce esto y quiere cambiarlo resulta inmolado o asesinado.

Fue Zygmunt  Bauman,  a propósito de la violencia nazi en la Segunda Guerra Mundial y su perfecta máquina de aniquilación masiva, quien se refirió a la pérdida de los resortes humanos; es decir: de las consideraciones éticas, de la empatía y las barreras morales, debido a la ausencia de voluntades y a la falta de decisión de la gente.

Si la Colombia Humana de Petro no logra instalarnos en ese “primer mundo”, si no logra que el estado pueda subsidiar la compra de vehículos eléctricos para dejar de llenar mis pulmones de hollín, si no logra quitar la intermediación de las EPS del sistema de salud o brindarnos plena soberanía sobre lo que comemos promoviendo que el campesino regrese al campo; si todo esto parece imposible pues, como dicen sus detractores, carece de “realismo político”, por lo menos y siguiendo en la misma línea de Bauman, no quiero faltar a mi deseo de voluntad y decisión. Colombia debe recuperar los hilos que nos atan a lo humano y esta es la oportunidad: hagamos época, movilicemos nuestras voluntades. Esto no es falta de realismo; simplemente el camino es largo y es la hora de empezar.

*Politólogo Universidad de Antioquia. Docente IUE. @diegomontoyac1

Estrategia y miopía política

Por: Hernán Toro*
Quienes encontramos “muy cuestionable” el proyecto político uribista -por usar el eufemismo más edulcorado- sentimos la primera vuelta de las elecciones presidenciales como un baldado de nitrógeno líquido. A una derecha y ultraderecha monolíticas y coordinadas se opuso una izquierda y un centro divididos entre dos candidatos que se recriminaban mutuamente ya fuera por “falta de definición” o “ser cartas secretas del enemigo”, o por “fomentar el odio de clases” o “dirigirnos al castrochavismo”. El resultado fue el peor que podía ocurrir: pasó a segunda vuelta el candidato que no puede vencer al de la ultraderecha.

Después de semanas de echarle agua sucia al centro y a la izquierda moderada de Fajardo, el petrismo anda desesperado tratando de ganar votos del excandidato de la Coalición, llegando a extremos de criticar por inconsistencia o irresponsabilidad política a quienes votamos por Fajardo o quienes piensan votar en blanco. En su ingenuidad llegan a sugerir que si Fajardo se aliara con Petro se podría vencer al candidato de Uribe. Esta postura nace de juzgar con el deseo y no con la razón.

Nuestro espectro político iba desde una izquierda extrema pero realista que sabía que Petro no podía ganarle a Duque y se “resignaba” a votar por un Fajardo que sí podía frenarlo, hasta una derecha moderada que, aun estando alineada con su proyecto económico tradicional, valoraba el proceso de paz y no quería el desmonte de lo pactado en la Habana. En otras palabras, el caudal electoral de Fajardo estaba conformado por personas de izquierda fuerte pero realista (pocas), de centro-izquierda (muchas), y de centro y centro-derecha defensoras de la paz (muchas).

Es obvio que un caudal político de estos no es obediente en sentido partidista. No son votos endosables; no son votos de partido, votos borregos… son de opinión; justo el tipo de votos que no obedecen “porque sí” a lo que diga un candidato. No se dejan dictar su comportamiento por un caudillo.

Por eso es absurda la propuesta petrista de una alianza tardía, y su indignación ante la negativa fajardista de aliarse a ellos o su decisión de votar en blanco. Fajardo sabe que sus votantes son reflexivos: no puede imponerles su voluntad. Al menos la mitad de ellos nunca votaría por Petro por asociarlo más con demagogia y populismo, que con el progresismo de una socialdemocracia moderada.

Para los fajardistas más de derecha, si su candidato apoyara a Petro después de su distanciamiento previo, perdería en el acto su credibilidad y seriedad política, y le cobrarían factura en la segunda vuelta y en todas las elecciones futuras. Es el precio de las banderas políticas que eligió Fajardo: coherencia, reconciliación, integridad y lucha contra la corrupción. Una llamada a alianzas tardías con partidos con los que tuvo diferencias ideológicas, le acarrearía un costo político altísimo.

La izquierda más visceral tampoco entiende que un llamado de Fajardo a votar por Petro hubiera sido fútil. Aun suponiendo que eso no le costara la mitad de sus votantes, que todos sus votantes fueran endosables, ni siquiera darían las cuentas para que Petro venciera al candidato de la ultraderecha.

Al pensar fríamente la alternativa que se le presentó a Fajardo para la segunda vuelta, se entiende por qué no llamó a votar por Petro; examinemos dos escenarios: Uno, Fajardo llama a votar por Petro, pierde la mitad de su fuerza política, y la mitad restante endosable no alcanza para que gane Petro. Dos, Fajardo deja libres a sus votantes, mantiene su fueraza política y, de todas formas, pierde Petro.

Ante una dicotomía que implica siempre el fracaso del candidato de la Colombia humana, la única opción razonable es hacer lo que cause menos daño políticamente.

  1. Petro pierde, Fajardo pierde.
  2. Petro pierde, Fajardo no pierde.

Decidiera lo que decidiera Fajardo, Petro perdería. Sólo alguien delirante podría sugerir que la opción razonable fuera la primera. La única opción racional para Fajardo era votar en blanco y dejar libre a su electorado para que voten por quien bien les parezca. No entender una trivialidad como esa muestra el fanatismo irracional y la visceralidad de algunos de los seguidores más acérrimos de Petro.

Yo en particular votaré por Petro en la segunda vuelta porque me parece que el proyecto uribista encarna la máxima corrupción y criminalidad institucional de la historia republicana, y catapultará al País a un régimen de ultraderecha omnímoda con sus aterradoras propuestas de una única corte de bolsillo del Ejecutivo, un Fiscal General de la Nación nombrado directamente por el Ejecutivo, y un Congreso favorable al Ejecutivo. No obstante, mi voto que no cambiará nada ya que un candidato con la mayor imagen negativa no puede vencer al candidato de un país que históricamente se inclinado a la derecha extrema. 

Paradójicamente, el éxito en la primera vuelta del candidato de la Colombia Humana es lo que causará esa pesadilla. Petro y sus votantes son las personas a quienes debemos agradecer por lo que se cierne sobre nuestra sociedad. Es lamentable que la visceralidad cerril de la izquierda más ciega, su miopía política y su nula estrategia a mediano y largo plazo, haya desperdiciado esta última oportunidad histórica de un gobierno de reconciliación que hubiera dado bases firmes a una transformación gradual de la sociedad para ser más justa e incluyente.

*Docente del Centro de Ciencia Básica de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro fundador de Escépticos Colombia y de la Asociación Antioqueña de Librepensadores Agnósticos y Ateos.

La filosofía de la mina antipersonal para cuidar el antejardín

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Rejas con puntas, rieles con esquinas hacia la calle y latas con vidrios en los dinteles son un pequeño ejemplo del sinnúmero de trampas y barreras arquitectónicas con las que nos topamos a diario en el espacio público y privado de nuestras ciudades, unas con señalización y otras sin nada pero todas ante la mirada cómplice de las autoridades que hacen poco por evitarlo. Esta es la historia de mi reciente encuentro con esta indolente filosofía de la mina antipersonal en el hermoso municipio donde pasé mis primeros días de vida, La Ceja del Tambo.

Fui a llevar a un cerrajero que se encontraba realizando un trabajo en mi finca. Al llegar a su taller y acercar mi auto a la acera para que pudiéramos descargar sus herramientas, sentí el sonido de una llanta que se desinflaba rápidamente. Mi carro se detuvo y al bajar descubrí, con una mezcla de rabia y asombro, unos rieles ubicados junto al filete de la acera de la casa vecina, a la altura perfecta para romper las llantas y no ser vistos por los conductores. Un letrero al pie de la puerta de la casa rezaba: Camilo Naranjo, abogado IUE y su teléfono.

Debía tratarse de un error ¿Cómo podía ser posible que alguien a quien le han enseñado el valor de la ley por encima de las vías de hecho fuera a hacer algo así? ¿O, al contrario, era una advertencia para que nadie fuera a reclamar? Mientras Elkin, el cerrajero, y yo buscábamos cómo reventar el candado de la llanta de repuesto, pues para colmo de males no tenía la llave, llamé varias veces a la puerta y al teléfono para hablar con el señor, sin respuesta. Mientras pasaban camiones de alto torque por la calle 19, a punto de rayar el carro, terminamos de montar la llanta y pude partir a averiguar si la llanta tenía arreglo: ninguno.

Ante este tipo de acontecimientos solemos dejar que las cosas pasen. “Es mejor evitar problemas y perder el tiempo, dicen unos. Los colombianos hemos aprendido la desesperanza ante la denuncia, “vale más ponerse a voltear”, dice otros. Y los hechos parecen demostrarlo con un Estado que procura recibir lo más y hacer lo menos. Pero personalmente me resisto a creerlo pues sé que ante la desesperanza surge la violencia. Así que pasé la piedra de mi corazón a mi cerebro y me dirigí a la Inspección de Policía de La Ceja, de donde me mandaron a la Secretaría de Tránsito, quienes a su vez me enviaron a la Secretaría de Infraestructura, Ambiente y Hábitat. De allí me mandaron a internet a poner la denuncia en el sitio web de la Alcaldía, así lo hice. ¿Pasará algo? Espero que sí.

Hoy, 28 de agosto de 2017, pasé de nuevo por la ruta del abogado y al ver que salía una pareja de la casa del legista, detuve mi auto (ya en el otro lado de la calle, por supuesto), y fui a hablar con él. Le comenté del incidente de la semana pasada y de otros más que me habían referenciado ese día, con las mismas consecuencias: llanta reventada, inservible. Me dijo con voz pausada que sabía de eso, y luego me informó que los rieles los había instalado el anterior dueño de la casa, donde él vive desde hace un año, y que había decidido dejarlos para evitar que los camiones le dañaran el filete de la acera.

Le dije que entendía su problema pero que me parecía que la forma de solucionarlo generaba un perjuicio indiscriminado, tal como lo hace una mina antipersonal que explota sin importar a quién afecta. Además tampoco había un aviso que advirtiera del riesgo. Conductores, ciclistas y peatones corren el riesgo de tropezarse y lesionarse permanentemente. Le pregunté si estaría dispuesto a responder al menos por parte del valor de la llanta, y de nuevo, con una parsimonia que ahora se confundía con el cinismo, me respondió que no.

Me despedí y me fui pensando en que más allá de este incidente, lo lamentable no es la posición de este vecino de La Ceja, sino que suele ser la posición de muchos vecinos en nuestro país que con tal de defender lo suyo no tienen reparo en causarles daño, por acción u omisión, a los demás. Rejas con puntas afiladas, que por poco le cuestan la vida a un primo cuando éramos niños, escalas con pendientes para que el carro entre fácilmente así se resbalen los peatones, cercas electrizadas sin aviso y piedras en los antejardines para cultivar esguinces y un sin fin de objetos que además de invadir y hacer inaccesible el espacio público, nos mantienen, como sociedad, en la triste filosofía de la mina antipersonal: no importa a quien dañe mientras lo mío se mantenga bien.