Por: Hernán Toro*
Quienes encontramos “muy cuestionable” el proyecto político uribista -por usar el eufemismo más edulcorado- sentimos la primera vuelta de las elecciones presidenciales como un baldado de nitrógeno líquido. A una derecha y ultraderecha monolíticas y coordinadas se opuso una izquierda y un centro divididos entre dos candidatos que se recriminaban mutuamente ya fuera por “falta de definición” o “ser cartas secretas del enemigo”, o por “fomentar el odio de clases” o “dirigirnos al castrochavismo”. El resultado fue el peor que podía ocurrir: pasó a segunda vuelta el candidato que no puede vencer al de la ultraderecha.
Después de semanas de echarle agua sucia al centro y a la izquierda moderada de Fajardo, el petrismo anda desesperado tratando de ganar votos del excandidato de la Coalición, llegando a extremos de criticar por inconsistencia o irresponsabilidad política a quienes votamos por Fajardo o quienes piensan votar en blanco. En su ingenuidad llegan a sugerir que si Fajardo se aliara con Petro se podría vencer al candidato de Uribe. Esta postura nace de juzgar con el deseo y no con la razón.
Nuestro espectro político iba desde una izquierda extrema pero realista que sabía que Petro no podía ganarle a Duque y se “resignaba” a votar por un Fajardo que sí podía frenarlo, hasta una derecha moderada que, aun estando alineada con su proyecto económico tradicional, valoraba el proceso de paz y no quería el desmonte de lo pactado en la Habana. En otras palabras, el caudal electoral de Fajardo estaba conformado por personas de izquierda fuerte pero realista (pocas), de centro-izquierda (muchas), y de centro y centro-derecha defensoras de la paz (muchas).
Es obvio que un caudal político de estos no es obediente en sentido partidista. No son votos endosables; no son votos de partido, votos borregos… son de opinión; justo el tipo de votos que no obedecen “porque sí” a lo que diga un candidato. No se dejan dictar su comportamiento por un caudillo.
Por eso es absurda la propuesta petrista de una alianza tardía, y su indignación ante la negativa fajardista de aliarse a ellos o su decisión de votar en blanco. Fajardo sabe que sus votantes son reflexivos: no puede imponerles su voluntad. Al menos la mitad de ellos nunca votaría por Petro por asociarlo más con demagogia y populismo, que con el progresismo de una socialdemocracia moderada.
Para los fajardistas más de derecha, si su candidato apoyara a Petro después de su distanciamiento previo, perdería en el acto su credibilidad y seriedad política, y le cobrarían factura en la segunda vuelta y en todas las elecciones futuras. Es el precio de las banderas políticas que eligió Fajardo: coherencia, reconciliación, integridad y lucha contra la corrupción. Una llamada a alianzas tardías con partidos con los que tuvo diferencias ideológicas, le acarrearía un costo político altísimo.
La izquierda más visceral tampoco entiende que un llamado de Fajardo a votar por Petro hubiera sido fútil. Aun suponiendo que eso no le costara la mitad de sus votantes, que todos sus votantes fueran endosables, ni siquiera darían las cuentas para que Petro venciera al candidato de la ultraderecha.
Al pensar fríamente la alternativa que se le presentó a Fajardo para la segunda vuelta, se entiende por qué no llamó a votar por Petro; examinemos dos escenarios: Uno, Fajardo llama a votar por Petro, pierde la mitad de su fuerza política, y la mitad restante endosable no alcanza para que gane Petro. Dos, Fajardo deja libres a sus votantes, mantiene su fueraza política y, de todas formas, pierde Petro.
Ante una dicotomía que implica siempre el fracaso del candidato de la Colombia humana, la única opción razonable es hacer lo que cause menos daño políticamente.
- Petro pierde, Fajardo pierde.
- Petro pierde, Fajardo no pierde.
Decidiera lo que decidiera Fajardo, Petro perdería. Sólo alguien delirante podría sugerir que la opción razonable fuera la primera. La única opción racional para Fajardo era votar en blanco y dejar libre a su electorado para que voten por quien bien les parezca. No entender una trivialidad como esa muestra el fanatismo irracional y la visceralidad de algunos de los seguidores más acérrimos de Petro.
Yo en particular votaré por Petro en la segunda vuelta porque me parece que el proyecto uribista encarna la máxima corrupción y criminalidad institucional de la historia republicana, y catapultará al País a un régimen de ultraderecha omnímoda con sus aterradoras propuestas de una única corte de bolsillo del Ejecutivo, un Fiscal General de la Nación nombrado directamente por el Ejecutivo, y un Congreso favorable al Ejecutivo. No obstante, mi voto que no cambiará nada ya que un candidato con la mayor imagen negativa no puede vencer al candidato de un país que históricamente se inclinado a la derecha extrema.
Paradójicamente, el éxito en la primera vuelta del candidato de la Colombia Humana es lo que causará esa pesadilla. Petro y sus votantes son las personas a quienes debemos agradecer por lo que se cierne sobre nuestra sociedad. Es lamentable que la visceralidad cerril de la izquierda más ciega, su miopía política y su nula estrategia a mediano y largo plazo, haya desperdiciado esta última oportunidad histórica de un gobierno de reconciliación que hubiera dado bases firmes a una transformación gradual de la sociedad para ser más justa e incluyente.
*Docente del Centro de Ciencia Básica de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro fundador de Escépticos Colombia y de la Asociación Antioqueña de Librepensadores Agnósticos y Ateos.