Sesión con Jairo Hortúa

Este fue Jairo Hortúa, candidato a la Alcaldía de Fusagasugá, hablando en Diván Político acerca de su pueblo, los orígenes campesinos de su familia y las enseñanzas que le ha dejado la vida para aplicar en su carrera política. Si desea leer la sesión completa, por favor comience con este tuit:

Sesión con Daniel Raisbeck

Este fue Daniel Raisbeck, candidato a la Alcaldía de Bogotá por el Movimiento Libertario, contándonos en Diván Político sobre sus antepasados, sus libros favoritos, su gusto por la historia y sus ideas de cómo cree que debe funcionar el mundo y en especial la capital del país. Para leer la sesión completa, comience con este tuit:

La ley como estímulo a la corrupción

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
«Hecha la ley, hecha la trampa»
 dice un conocido adagio popular, muy mencionado en Colombia. Este hace referencia a que una vez que se dicta una norma, la gente inmediatamente busca como hacerle el esguince. Nuestros legisladores parecen no solamente saberlo sino también desearlo ¿Son idiotas y establecen criterios legales sin coherencia o hay intereses que buscan beneficios personales de una maraña normativa que hace prácticamente imposible su cumplimiento? Veamos.

Impunidad y corrupción

Puede ser que quienes establecen las normas, decretos y leyes sean idiotas, es decir, tontos o cortos de entendimiento, según la Real Academia Española. Esto es perfectamente posible en un país en donde quien no consigue trabajo se dedica a la política. Pero es bastante sospechoso que esos mismos idiotas, cuando promulgan una ley, soliciten exenciones, investiduras y fueros para evitar ser cobijados por ese mismo código. Su nivel de sagacidad y desfachatez deja entrever que la idiotez no parece ser la excusa, o esta tiene en nuestros políticos otros matices.

Pero si quienes legislan y ejecutan la ley lo hacen pensando en su beneficio particular, estamos entonces ante un escenario en donde la ley, lejos de proteger, agrede y vulnera los derechos de los ciudadanos. Las estadísticas parecen darle la razón a esta última hipótesis, que coloca a Colombia en los primeros puestos de impunidad judicial en el mundo, después de Filipinas y México (Índice Global de Impunidad 2015. Universidad de las Américas de Puebla) y en los últimos escaños, con un puntaje de 37 sobre 100, con uno de los más altos índices de percepción de la corrupción (Corruption Perception Index 2014. Transparency Internacional).

Leyes y penas

¿Necesitamos más normas y endurecer las penas? Si el asunto fuera de número de normas estaríamos en Colombia cerca del paraíso pues nuestro sistema judicial es uno de los más fecundos del mundo. Son tantas las leyes que en ocasiones se contradicen unas con otras, permitiendo que casi cualquiera pueda ser procesado por acción o por omisión, según la conveniencia. Si alguien decide entrar en el mundo de las candidaturas y el ejercicio político, podrá comprobarlo con facilidad.

Si el tema fuera de endurecer las penas, como proponen algunas iniciativas ciudadanas en casos como la pederastia o el secuestro, entonces deberíamos encontrar una relación entre los delitos con mayores penas y los menos cometidos pero la verdad es que no hay tal. Los estudios psicológicos tienden a demostrar que la eficacia de la pena está más en su certeza que en su gravedad. Aumentar las penas también implica un problema adicional y es que aumenta los subregistros y la corrupción, ya que la gente y las autoridades pagan y cobran por el silencio.

Impuestos y multas de tránsito

Uno de los casos más comunes y cercanos para la gente son los impuestos y las multas de tránsito, que en Colombia muchas veces rayan en lo inverosímil. Nuestros impuestos municipales y al consumo parecen no tener consideración con los gastos en vivienda, salud, educación y transporte que tenemos que asumir por nuestra cuenta los tributantes. En términos globales, nuestra Tasa Total de Impuestos sólo es superada por Argentina y Bolivia en Sudamérica (Paying Taxes 2014. Pricewaterhousecoopers).

En Bélgica, las multas por manejar hablando por celular o por no llevar puesto el cinturón de seguridad cuestan €50 (equivalente a $135.000), mientras que en Colombia esa misma infracción cuesta por lo menos $161.100, si se paga anticipadamente y se asiste a un curso, ya que el valor total es $322.000. Algunos dirán que los europeos son más educados que nosotros y necesitan menos coerción, pero la verdad es que las cifras no indican una disminución sustancial de las infracciones y si más bien, un considerable aumento de los sobornos a las autoridades policiales o de tránsito, unas de las principales beneficiadas con el aumento de las multas.

¿Y qué decir de otros cientos de organismos oficiales como las oficinas de Planeación o las Curadurías? La bien intencionada ley 400 de 1997 ha terminado cediendo ante los obsequios y donaciones non sanctas de personas naturales y empresas constructoras, que prefieren darle dinero a un empleado público, para que les eche una mano con la aprobación de su proyecto, que invertir en estudios y materiales adecuados. Claro, no siempre la culpa es de la ley, pero un ambiente corrupto estimula el incumplimiento sistemático de todas las normas y aumenta los costos para quienes están dispuestos a respetar la legalidad. Muchos abogados lo saben y también se lucran de ello.

Pocas leyes efectivas

¿Qué hacer entonces? Mi propuesta es simple: pocas leyes, con penas y multas razonables, abogando más por su cumplimiento que por su aumento. Hacer lo contrario es estimular al evasor, castigar al cumplidor y de paso llenar los bolsillos de cientos de personajes que se lucran de este círculo perverso. Puede ser que en estrictos términos económicos sea más rentable sobornar que cumplir pero no así en términos morales o sociales, los cuales también son un costo para todos. Sin normas sensatas, equilibradas y efectivas, los idiotas ganan y el resto, como siempre, seguimos perdiendo.

El verdadero problema del postconflicto en Colombia

Por: Carlos Andrés Naranjo Sierra
Me siento a conversar con un antiguo amigo del colegio que maneja los programas de cooperación de una importante agremiación regional y me dice: «a mí lo que me preocupa del postconflicto no son los 10 o 15 mil guerrilleros que se desmovilicen, sino los 300 mil integrantes de las Fuerzas Armadas que tienen que eliminar de la nómina». El gobierno no tiene ya cómo abrir un ministerio o viceministerio más, se ha comido hasta los rieles de sus locomotoras de la prosperidad y el aumento de los impuestos que propone podría ser el detonante final de una nueva crisis económica. ¿Qué va a hacer entonces para tapar el inmenso hueco fiscal de 12.5 billones de pesos?

El presidente ha salido a anunciar que eliminará algunas entidades estatales y recortará gastos de viáticos y publicidad para un ahorro total de 1 billón de pesos. ¿Y los 11.5 billones restantes? Por supuesto que gran parte la asumiremos los colombianos vía tributos. Recortarle a salud, a la educación o al programa bandera del gobierno Santos de viviendas gratis, no parece ser una opción razonable, ni electoralmente rentable si el presidente quiere mantener a sus lagartos lejos de las amenazas de un cambio de bando en las próximas elecciones. ¿Y de dónde sacará lo que quede faltando?

Posiblemente de la defensa vendrá el ahorro, tan pronto vaya terminando el proceso de negociación de La Habana. La inversión militar es un rubro muy alto en los gastos del presupuesto nacional. Tan sólo piense en lo siguiente: China con 1.357.380.000 habitantes tiene un ejército conformado por 2.3 millones de efectivos (un soldado por cada 590 habitantes) y Colombia con 48.321.405 habitantes tiene uno conformado por cerca de 600 mil efectivos (un soldado por cada 80 habitantes). Mientras el gasto militar colombiano representa el 3,4% del Producto Interno Bruto, el de China es del 2,1%, ubicando a nuestro país en el puesto 18 del gasto militar mundial con respecto al PIB (Fuente: Banco Mundial).

Históricamente cada vez que se elimina alguna organización militar, legal o ilegal, quedan a la deriva muchos miembros de éstas, llevándose consigo el conocimiento estratégico, el uso de armas y la capacidad de intimidar y hacer daño en las poblaciones, bien sea por pereza o por temor. En México el famoso grupo delincuencial de Los Zetas, es el resultado de una purga interna en las fuerzas militares, al igual que muchas de nuestras Bacrim. Investigaciones psicológicas han demostrado que los perfiles de los guerreros, más allá del bando ideológico al que pertenezcan, son muy similares en términos morales aunque el lenguaje oficial hable de asesinados y de dados de baja como categorías diametralmente opuestas.

Para entrenar a un soldado común, son necesarios cientos de ejercicios de razonamiento y condicionamiento que le permitan vencer el pudor natural que existe para dar muerte a otro congénere pero una vez se vence ese pudor es complicado reponerlo. Algunos seres humanos tienen una habilidad innata para torturar y matar, como sucede con quienes padecen el trastorno antisocial de la personalidad, pero me atrevería a decir que estos perfiles son la excepción y no la regla, en ejércitos como el nuestro. Incluso en las cárceles nuestras, donde he colaborado como psicólogo voluntario, he visto más déficits cognitivos que trastornos disociales o sociopatías. Valga aclarar que el pensamiento y comportamiento del militar puede ser diferente en algunos aspectos al del combatiente irregular pues se encuentra del lado de la norma, está individualizado y sabe que debe responder por sus actos ante la sociedad y la justicia.

Esta negociación con las Farc es especialmente difícil por la degradación a la que ha llegado su gente, y el conflicto mismo, después de décadas de violencia. Una cosa fue desmovilizar al M-19, que tenía una élite académica y no llevaba tantos años combatiendo, y otra muy diferente será hacerlo con las Farc, que llevan generaciones disparando; acostumbrados a secuestrar, traficar, vacunar y matar. Será complejo resocializar a tantos combatientes que aprendieron que había una forma rápida de conseguir dinero a montones y que además han tejido profundas relaciones con las zonas en las que viven y delinquen.

Pero también será difícil hacerlo con algunos miembros de nuestra fuerza pública. No seamos ingenuos y reconozcamos que algunos de nuestros policías y militares han descubierto este mismo atajo moral para hacer dinero, aprovechando sus privilegios y posiciones de autoridad. Por supuesto que no podemos generalizar y que hay muchas personas de altas calidades humanas dentro del ejército y la policía, pero también hay ovejas negras en los rebaños, a veces más de las que esperamos. Dentro de los cientos de casos descubiertos bástenos con recordar a Mauricio Santoyo, general de la Policía Nacional y jefe de seguridad del expresidente Álvaro Uribe, quien se declaró culpable de narcotráfico y de ayudar a las Autodefensas Unidas de Colombia, ante una corte de Virginia en Estados Unidos.

Si esta hipótesis se hace realidad, tendremos entonces a un número inusitado de combatientes desocupados, sumados a los paramilitares desmovilizados y los cientos de bandas criminales que delinquen en todo el territorio nacional. No serán todos, pero con una parte significativa de ellos tendremos desperdigados a un montón de excombatientes buscando nuevas formas de lucro. Un asunto nada despreciable para pensar en el futuro del postconflicto en Colombia. Como decía mi amigo al final de la conversación: «a la gente le preocupa que los cabecillas guerrilleros lleguen al Congreso de la República y para mí eso es lo de menos. Lo único que les puede pasar es que allí aprendan formas más sofisticadas de delinquir en compañía de nuestros senadores».

Psicología y política