Adicional a las restricciones a la movilidad y al trabajo, que ya de por sí son unas limitaciones nunca vistas en tiempos reciente, se está volviendo reiterativo el uso de medidas adicionales como el Toque de queda y la Ley seca, en buena parte de los municipios del país, como táctica complementaria de los mandatarios locales para combatir la expansión del SARS COV-2, más conocido como el coronavirus.
Es como si los alcaldes estuvieran obsesionados con mantener bajo el número de contagiados. A toda costa, incluso, de la vida misma de los pobladores que sin importar si pierden o no su salud mental o su fuente de ingresos de forma permanente. Los empleos perdidos o el hambre no se publican diariamente en los noticieros, el número de contagiados por COVID-19 sí.
Día de la Madre, día del Padre y quien sabe cuántas festividades más de aquí a fin de año, han tenido de antesala una nueva cascada de medidas restrictivas de tipo paternalista, que pueden ser muy bien intencionadas pero que eliminan cualquier margen de libertad y autonomía para los ciudadanos, en un ejercicio peligroso y facilista para la democracia.
Y es que en la democracia se parte del principio del pueblo como gobernante último de su propio destino. Es por ello que se hace necesario, hoy más que nunca, hablar de cultura ciudadana, de autocuidado y de responsabilidad para, de la mano de la ciencia, vencer esta enfermedad que ha paralizado a nuestra civilización en el año 2020.
A continuación mi breve opinión en Consejo de Redacción sobre la decisión de buena parte de los mandatarios locales en Antioquia, de declarar, de nuevo, la ley seca y el toque de queda para este fin de semana: